10 febrero, 2017

París bien vale un paseo maratoniano

París es una de esas ciudades que uno ha de visitar por lo menos una vez durante la vida. Bueno, el París de la actualidad, o por lo menos el París del siglo XX en adelante, cuando ya tenía conformado su estado actual, monumental, grandioso, evocador y romántico en todos los sentidos.

París es la Torre Eiffel, y sin ella casi no se entendería ya, megaconstrucción decimonónica que por entonces fue el edificio más alto del mundo, y que ahora palidece frente a la pujanza asiática. Torre Eiffel que sigue siendo un imponente y mastodóntico amasijo de hierros, que te impresiona al aparecer ya detrás de edificios altísimos, que te alucina al estar junto a sus patas y que te epata al mirar desde su cúpula el viejo y el nuevo París.



Dicen que París bien vale una misa, o lo dijo aquel, pero sin duda bien vale un largo paseo, una auténtica maratón por sus enormes avenidas jalonadas de bellos edificios, de palacios derrochadores de arte, de neoclásicas Asamblea Nacional o Madeleine (esa copia del Partenón que a este le hace palidecer), de plazas y puentes megalíticos, de iglesias sorprendentes o de columnas y torres que se erigen petulantes al cielo.



París del amor, París del Tour de Francia con sus Campos Elíseos, la Plaza de la Concordia y su Arco del Triunfo al fondo uno de otro, como diciendo atrévete a llegar en un rato que verás cómo te duelen los pies, caminando un camino que ya te hizo pasar por la Columna de Vendome, el Obelisco de Luxor o esa noria chauvinista... A lo lejos, Napoleón nos mira desde los Inválidos.
 





A mí, París me quedó aquella vez como asignatura pendiente, y esta otra vez no quise desaprovecharla y me lancé en solitario a la conquista de la capital, empapándome de cada columna y cada piedra, de cada monumento, palacio o estatua; rodeando el Louvre, tocando su cristalera piramidal, comiéndome sus crépes y gallétes, sus confits y sus créme broulée. Paseando a lo largo de la orilla del Sena junto a Ratatouille, cenando en el lugar más antiguo de Montmartre bajo el Sacre Coeur, oh, la lá...





A mí, París no se me quedó a medias, con su Grand Chapelle y su majestuosa Notre Dame, con sus gárgolas y su jorobado incluidas, al lado de su descomunal ayuntamiento: el Hotel de Ville, gran manzana de esa orilla cercana a la Ille de la Cité... todo eso en un día, y otro caminando nuevamente como locos hacia la Ópera Garnier mientras de lejos veíamos la torre de Montparnasse, Parnaso parisienne...





Mientras, metro arriba metro abajo, desde Nation a Reilly, desde Michel Bizot a Charles de Gaulle, pasando por Daumesnil o Vendome, líneas que en media hora te llevan a la velocidad del rayo a cualquier lugar.

París es así, con sus miserias y sus grandes virtudes, la ciudad turística más visitada, con el monumento de pago más visitado del mundo, cómo no iba a ir allí, a tratar con los franceses y luego a contárselo a los españoles, y a millones de turistas, cómo no.



Sí, las fotos nocturnas no son lo mismo, París bien vale una mañana soleada, pero no siempre uno tiene tiempo, no siempre es fácil llevar juntos el trabajo y el placer, pero unas piernas doloridas y una casi invalidez temporal merecen la pena, por eso no lo dudo: París bien vale un paseo maratoniano.

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