18 noviembre, 2017

Mi primera vez (el pinchazo en carretera)

No lo había pensado hasta ahora, pero la verdad es que durante todos estos 11 años he tenido muchíiiiisimas "primeras veces", y podría perfectamente haber creado una categoría más en el blog (¡oh, dios mío, otra categoría más no!, pensaréis), pero sí, podría haberlo hecho y amenazo con hacerlo más adelante.

En este caso vengo a hablaros de mi primera vez con un pinchazo en carretera, lo que por supuesto incluye llamada a la grúa, taxi, arreglo del pinchazo/reventón y vuelta a casa con la rueda de repuesto; vamos, una asistencia de manual, y como coincide que tengo un blog, y para qué si no va a servir tener uno, voy a calentaros un poco la cabeza (publicidad mediante, para la compañía, que por un módico precio seguramente el próximo año me baje mucho la cuota tras haberla mencionado hoy).

Todo comenzó hace un par de fines de semana cuando me disponía a viajar entre mis dos ciudades habituales junto a mi mujer y nuestro sobrino, todos mayores de edad y residentes actualmente en esas dos ciudades también.  La salida fue como todos los días, y efectivamente llevábamos cierta prisa por estar anocheciendo, pero no influyó en nada.



El caso es que tras 20 ó 25 kilómetros, mi mujer notó algo raro en forma de sonido, pero como paró, no le hicimos caso... sí, era el momento del pinchazo. Uno o dos minutos después volvió a sonar de nuevo, pero en plan neumático degradándose y echando aire y seguramente chispas, así que rápidamente comencé a frenar y me dirigí hacia la cuneta, todos nerviosos y seguramente alguno a punto de volverse loco con la situación.

Sí, era la típica situación de "a mí no me está pasando, no puede ser verdad". Por suerte tenía fácil arreglo, pero es un marrón que te comes sin comerlo ni beberlo (bueno, comerlo sí, supongo). Encima, para ir añadiendo más dramatismo a la situación, olía a quemado y la noche estaba comenzando a cerrarse.

Lo siguiente fue parar como mandan los cánones, aunque tras andar unos metros más para intentar buscar un sitio lo más visible posible, y salir del coche para poner algún triángulo de emergencia.

Preguntamos a mi sobrino, que aún está sacándose el carnet de conducir, y nos habló de poner sólo un triángulo en autovía y dos si hay dos direcciones, así que mi mujer fue preparando el chaleco reflectante y me lo puse; después me dio el triángulo, lo monté y fui corriendo a 50 metros para poner el dichoso triangulito.

Después volví para llamar a la compañía, pero recordamos que nos pedirían el kilómetro, y aunque de lejos veíamos una señal, volví a salir, recorrí 100 metros corriendo y recordé el dato de ser el 87 de la A-4, dirección a una capital andaluza. Así llamamos a nuestra compañía, que rápidamente nos dijo que esperásemos ahí la llegada de la grúa y un taxi. ¡Bien, me cubre!

Mientras esperábamos, veíamos cómo cientos de coches pasaban a velocidades espectaculares, totalmente fuera de la ley muchos, y totalmente asustados nosotros rezando para que ninguno nos diera un golpe, muerte segura que sería. De hecho, alguno de ellos lanzó el triángulo contra el quitamiedos, así que tuve que volver a por él y ponerlo de nuevo.

Entretanto, una espectacular tormenta se desplegaba en las montañas junto a nosotros, por lo que a la noche cerrada, al frío y al estado de nervios se unía una magnífica exposición de rayos, truenos y centellas que podríamos haber fotografiado para deleite de todos, pero que no hicimos por estar literalmente acongojados (palabra muy parecida a otra que se usa más y más barriobajeramente).



Tras 45 minutos esperando llegó la grúa, y detrás de ellos un taxi. Pensábamos que nos tendríamos que volver hacia atrás, pero por lo visto según el seguro que tengas, ellos pueden y deben llevarte donde tú fueras, es decir: donde les digas (incluso pregunté qué pasaría si yo fuese para Salamanca y me contestaron que sí, que me llevaría el taxi ahí).

Por suerte, mi rueda de repuesto estaba en buenas condiciones, por lo que en la gasolinera más cercana me arreglaron el pinchazo y nos dispusimos a volver a casa, eso sí, más despacio de lo normal por el miedo, llegando una hora y cuarto después de lo previsto.

¿Miedo? Pues sí, mucho cuando estás al borde del precipicio y con los coches pasando a velocidad del rayo a menos de 1 metro de ti, pero una vez que sabes que vendrán por ti, queda un gran alivio. Ni me quiero imaginar qué pasaría por la cabeza de los que se quedaran tirados hace 30-40 años cuando el seguro de asistencia era sólo una utopía...



Pues nada, así llegamos al final, pues el miércoles pasado cambié finalmente todas las ruedas del coche, que ya les tocaba y de camino reintegrando la de repuesto a su habitáculo, todos quedamos vivos y coleando, algunos más asustados que otros, pero en definitiva, una experiencia curiosa que por supuesto no recomiendo, pero que te enriquece como cualquier otra.

Nos vemos en la próxima "primera vez", quizá para entonces, sin duda que habrá una etiqueta o serie para ello.


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